Esto fue del 2010:
Suena el teléfono.
“Servicio de despertador”, me dice una voz en el auricular, ¿Qué?... pienso... ¿perdón?... “Son las siete y es su servicio de despertador”.
Modorra miro a mí alrededor, ya recuerdo, estoy en el hotel. Tengo una junta a las ocho, más vale que me apure o no llego. Un baño rápido, un lindo traje sastre, el pelo recogido y bajo corriendo por un bagel y un café que me llevo a la junta.
Cuatro horas de aburridas exposiciones de ventas, cambios en los mercados, nuevas propuestas en campañas. Llego agotada al cuarto, necesito cambiarme, tengo una comida con posibles socios comerciales.
Suena el teléfono.
Es mi esposo. Con voz ronca me dice ‘tu hijo no quiere comer, y ya son dos días’. ¿Qué? ¿Cómo que no come?
¡Pásamelo! Hablo con él. La respuesta fue ‘si no estás aquí no como’. En una hora estaba en el avión, dejé junta, comida, jefes. Todo.
Llegué seis horas después y nos fuimos a comer unos tacos. Renuncié a mi trabajo un mes después, con el remordimiento incluido de mis años de estudio, de mi carrera inconclusa.
Ésa fue durante algún tiempo mi vida, ahora vivo en el mundo de mamá, toda una experiencia.
Durante mi vida he hecho todo lo que se esperaba de mí. He sido estudiante, profesionista, madre, esposa, ejecutiva, hasta he llegado a incursionar en el mundo del arte, lo que me ha hecho conocer mujeres en todos los ámbitos.
Siempre me he encontrado con una constante en todas nosotras. Me he fijado que después de encontrar el tan anhelado amor, que durante mucho tiempo es nuestro motor, siempre buscamos algo más. Un espacio en este mundo que no nos defina. Que nos dé la libertad de crecer y ser. Ya no buscamos lo que las mujeres del siglo pasado querían: libertad de expresión, acción y pensamiento. Ya lo tenemos, nacimos con ello.
¿Ahora qué? Ésa es la pregunta del siglo.
Entonces las mujeres tenemos que amar, ser buenas en la cama, tener un buen trabajo, cuidar a los niños, cocinar, cocer, tejer... por eso siempre nos sentimos incompletas, siempre vamos a fallar en algo.
Pero queríamos ser libres, tenerlo todo y ahora ¿quién está pagando el precio de tanta independencia?
Hay mujeres que ni siquiera aceptan ser amadas, o consentidas, sin sentirse inútiles. ¿Por qué? ¿Quién nos hizo esto? Ya no aceptamos que nos paguen una comida, que nos abran la puerta, que nos consuelen un llanto.
Pero yo no, a mí me gusta ser mujer, me gusta mi condición de mujer y me gusta que me consientan y me quieran. Que tomen en cuenta mis logros sí, pero ante todo que tomen en cuenta mi condición de mujer, de madre.
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