Ir al contenido principal

Rosarito, la ahijada de Goya

 





La historia se puede contar a través de la pintura. A través de esos testimonios que nos dejan los artistas.  Así sabemos que La Manola de Goya es, posiblemente, Leocadia Zorrilla, su ama de llaves y posible amante, madre de su hija Rosarito (nunca reconocida). La Lechera de Burdeos nos cuenta que posiblemente la pintó Rosarito, fiel alumna de Francisco de Goya; aunque se le ha atribuido el autoría al mismo Goya.

»Es un prodigio con los pinceles, como no se ha conocido otro en Madrid» escribe Goya y en otro momento añade «trates a Rosarito como si fuera mi hija».  Hija o no del artista, Rosario logra ser reconocida como pintora en una época marcada por una fuerte discriminación hacia las mujeres. Rosario Weiss (lleva el nombre del esposo de su madre) dejó obras de gran valor estético. 

Se cree, aunque nunca se confirmó, que Rosario es hija del pintor y de Leocadia Zorrilla; su ama de llaves durante su destierro en Burdeos. Leocadia había estado casada con Isidoro Weiss, hijo de un joyero alemán. Pero fue repudiada años después por infidelidad arguyendo además que Leocadia tenía mala conducta, genio altanero y amenazador. Acusaciones que perseguirían a Leocadia hasta su muerte ya que se dijo mucho que había amargado los últimos años de la vida de Goya; cuando fue que ella y sus dos hijos fueron los que acompañaron al artista hasta su muerte. 

La verdad es que Weiss se había casado con Leocadia por razones financieras -se firmaron múltiples contratos para negociar la dote-. La familia Weiss, solucionó el problema de una crisis económica con la boda del hijo con Leocadia. Isidoro, al dilapidar el dinero que su mujer había traído al matrimonio, decidió deshacerse de ella. 

Goya rescata a Leocadia y su familia  y la hace su ama de llaves. Un año después, en 1814, nace Rosario que se vuelve compañera y alumna de Goya. Desde los siete años comienza con el dibujo copiando los bosquejos del maestro. Cuando el pintor se va a Burdeos, en 1824, Rosario se queda en la corte de Madrid bajo la tutela de Tiburcio Pérez, arquitecto. Ahí continuando con su educación artística aprende a fondo el claroscuro, que utilizará ampliamente en su obra. Pero pronto marcha a Burdeos junto con su madre y Goya vuelve a ser su maestro.

La copia de obras famosas es fundamental en su aprendizaje. Este oficio será la base de su subsistencia ya que cuando regresa a Madrid en 1833 se convierte en copista del Museo del Prado. Fue una dibujante dotada, aunque no una pintora sobresaliente, su pincelada era tosca y desvaída, realiza numerosos retoques; características que se encuentran en la obra La Lechera de Burdeos. Además se desarrolla como ilustradora.

Es durante esta época se cree que Rosario trabajó para un restaurador madrileño realizando copias que se vendían como auténticas. Una vez más la polémica, de hija de Goya a falsificadora. En la biografía escrita por Mercedes Águeda Villar  se cuenta que en 1956 una serie de dibujos goyescos conservados en la Hispanic Society de Nueva York fueron atribuidos a esta pintora por López Rey y desde entonces el número de las copias y variantes sobre modelos de Goya no ha hecho más que incrementar.

Desde su regreso a España perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Participando en varias exposiciones donde obtuvo una medalla de plata y el título de Académica de Mérito. Sus retratos más conocidos son su cuadro al pastel El Silencio y la Virgen en Oración. 

A pesar de haber sido menospreciada por la crítica, Rosario es una de las primeras mujeres que trata de profesionalizar su actividad pictórica; mostrando además su adhesión política en muchas de sus litografías, posturas que las mujeres no tomaban en el siglo XIX.

En 1842 es nombrada maestra de dibujo de la Reina Isabel II y su hermana, Doña Luisa Fernanda. Ese mismo año muere. Se dice que durante una manifestación se impresiona tanto que al verse rodeada por la multitud cae muerta. 

En la historia de Rosarito todo es suposición pero amerita que sea verdad.





Anitzel Díaz

Comentarios

Entradas populares de este blog

Flores: la eternidad de lo efímero

  Pertenecen al Museo de Historia Natural de Harvard; son arte, ciencia, belleza y perfección, y son parte de la colección Blaschka, tan reales que en una fotografía no es posible distinguir que se trata de esculturas de cristal: 4 mil 300 modelos que representan 780 especies de plantas.   Si la naturaleza tiene 3 mil 800 millones de años de experiencia creando formas de vida que se adaptan a todos los ambientes, pregúntale al planeta, allí están todas las respuestas. Janine Benyu     Durante siglos los artistas han observado e interpretado la naturaleza. Una de ellas es Mary Delany, que a los setenta y dos años encontró en un pétalo la permanencia, no sólo de lo efímero, sino de su propio nombre en la memoria histórica. Al reproducir en un recorte de papel una flor, tal como ella la observó en ese momento, la preservó para siempre.  Delany es considerada como la precursora del  collage . Sus obras son reproducciones gráficas minuciosas del mundo natural que la rodea. Usa la precisión

Yo y Cuba, una lágrima, una risa

  Zoé Valdés, escritora cubana (La Habana, 1959) sin duda representa una de las voces más contundentes de la literatura de la isla. Escritora prolífica, debuta como poeta en 1982. Desde entonces cuenta con más de treinta obras publicadas entre novelas, poemarios,  guiones y textos cinematográficos.  En el 2013 gana el premio Azorín por su última novela, "La mujer que llora". La segunda entrega de una trilogía sobre figuras femeninas del surrealismo. Comenzó con La cazadora de astros en el 2007 que habla sobre la pintora Remedios Varo, pasando por la fotógrafa y pintora además de amante de Picasso; Dora Maar en "La Mujer que llora" y terminará cuando publique una novela sobre Lydia Cabrera "la más grande de las escritoras cubanas" En Zoé Valdés  encontramos el disfrute del lenguaje de la calle, del solar. Zoé que siempre trae  a Cuba puesta como una segunda piel.  ¿Se ablandan la yuca en Paris?  -Claro que se ablandan las yucas, ¡y el quimbobó también resba

El tesoro rojo

      No es el filósofo el que sabe donde esta el tesoro sino el que trabaja y lo saca.  Francisco de Quevedo Se sentaban en mi cama. Mira, por esta y hacía con la mano la señal de jurar. Lo sentía, el peso, el rechinido de la cama, niña que se me caían los calzones del susto, decía mi pobre abuela.  Si le hubiéramos creído otro gallo nos hubiera cantado. O no. Ya ni sabe uno. Resulta que eso de los tesoros es real y había uno enterrado en una casa de adobe que rentamos un día  Don Vic  y yo a las afueras de Puebla. Ni me acuerdo cómo fuimos a parar a ese pueblo que hoy será dizque muy bonito, pero en ese entonces eran tres calles de terracería y uno que otro ranchillo. Eso sí, mucha iglesia y campanario. La casa se estaba cayendo, si por eso nos fuimos. Si la niña les hacía tremendos hoyos a las paredes si se descarapelaban todas. Tenía su corral y una huertita. Todo era color adobe, sepia, tierra. Le sembré unos malvoncitos pero nunca se me dieron las plantas, no les tengo paciencia.