Es domingo. Hay ausencia. Se escucha música, pájaros, una batería. Alguien grita fruta fresca. Estoy guardada, confinada. Hay que quedarse en casa.
Es domingo y hay calma; huele a lluvia. Y me asomo al universo, aquel que tengo a la mano. Y pongo una película y miro como una mujer se sube por primera vez a un avión y observa, desde el cielo, las praderas de Kenia. La toma de la película, sí, Memorias de África, es espectacular y en algún momento la protagonista, Karen Blixen, dice: así lo debe ver Dios.
Ese asombro, el que sintió Karen en ese avión es difícil de replicar hoy. En una sociedad donde hasta lo más increíble es cotidiano ¿Qué nos quita el aliento? Hay tanta información audiovisual que es un mar de dos centímetros de profundidad. Tenemos el mundo a nuestro alcance y la realidad tan lejos que no logramos sostenerla.
Todo lo que me asombra es del pasado, hay mucha nadería en el presente. Aún así el ayer está aquí hoy. En 1994 se descubrió accidentalmente en Francia una cueva con más de 420 representaciones de la vida, creencias y magia del paleolítico. La cueva de Chauvet que durante más de 30.000 años permaneció aislada del mundo debido a un derrumbe. Hoy este casi útero en la tierra es el santuario de arte rupestre más antiguo del mundo. Me puedo imaginar el asombro de Christian Hillaire, Eliette Brunel-Deschamps y Jean-Marie Chauvet, los científicos que descubrieron las cavidades, al contemplar estáticos esos dibujos, esas líneas, esos colores entre ocres y rojizos. Esos ejemplares hace mucho extintos.
Testigos de milenios mudos. Un pasado tan antiguo enterrado y preservado que susurra desde las paredes. El documental de Werner Herzog The cave of forgotten dreamsrelata el descubrimiento.
Tanto Platón como Aristóteles se refieren al asombro como el estado natural en el que se encuentra el filósofo. Como la condición a partir de la cual se origina la filosofía; el mito. El conocimiento en general. Es el camino a la sabiduría. Es la alabanza a la belleza, es la maravilla de la realidad, es querer apropiarse de la naturaleza para transformarla en arte.
Al ser humano lo asombra por igual naturaleza y arte; un atardecer en el Malecón de la Habana o el Adagio en g menor de Albinoni. Probablemente la composición musical más famosa que existe del Barroco es en realidad el Adagio en sol menor compuesto en 1945 por el musicólogo de origen italiano Remo Giazotto, sí a partir de un fragmento manuscrito en el que tan solo figuraba el pentagrama del bajo y seis compases de la melodía, atribuida al famoso autor italiano Tomaso Alboinoni.
El Arca, pieza de arte contemporáneo -de Romain Tardy, diseñador y artista nacido en Paris- que se presentó en el 2013 dentro del Jardín Botánico de Oaxaca, fue una pieza íntima y efímera que hizo que los cactus tomaran vida como personajes acompañados de sonidos; música que compartió el ambiente natural del jardín. La luz como pincel, figuras, momentos, gráficos, una historia que se va narrando al rededor del espectador convirtiéndolo en parte de la obra. Un momento único, en el marco de un espacio donde naturaleza y misticismo se complementaron con el diseño y las artes digitales.
El recuerdo, la memoria, la añoranza van recuperando esa capacidad de asombro que hoy las redes sociales han democratizado. Por eso sigue siendo tan importante la experiencia en vivo. No es lo mismo añorar la foto del atardecer que el atardecer.
Quizá ahora, que el mundo guarda silencio y tenemos la sensación de que hay más tiempo, el asombro nos acompañe en estos domingos atípicos de soledad y clausura.
Anitzel Díaz
Publicado en La Jornada Semanal
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