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Viajar es llenar los días de mucho

 De olores, sabores, caminos, pasos. De encuentros, vientos, soles. De aprendizajes y descubrimientos.  



Viajar es regresar hablando un poco distinto, al menos por unos días. Es no dormir toda una noche; comerse un bocadillo de jamón; echarse una o dos cañas de rubia (sí allá son cañas) y subirse a otro avión. Es asomarse a una ventanilla y ver el umbral del sol.  Una línea naranja eterna en la penumbra. Es reemplazar un océano de luces de una ciudad sin fin, por el mar. Por el verde y el azul. Por tejados rojos y calles de piedra. 

 

Escuchar otra lengua, suave y cadenciosa y muerta de cansancio caminar. Perderse en calles desconocidas, asombrarse. Abrir un balcón y ver la puesta del sol sobre un puente que ilumina los tejados, más allá un río. A la derecha una iglesia, en la parte de atrás el palacio real de un reino que ya no es tal. 

 


Ir calle abajo queriendo alcanzar el sol que va desapareciendo. Pasar por un café, un parque cerrado, un salón de belleza (siempre los hay a montones) tiendas de abarrotes, comprar un queso y un vino. Llegar al mar, respirarlo, sentirlo. Ese infinito que nunca ves, que se te esconde tras montañas lejanas. Ver cómo se van encendiendo luces tras tus pasos. Entrar sin invitación en una alta escuela ecuestre, a un cuartel de policía porque estaba demasiado bonito ¿Pero no se puede visitar? No señora que es la policía. 

 

Es comer ¿qué? Bacalao frito, en coquetas, con ajo, hervido, deconstruido. Bacalao mucho. Algunos fiambres (sí suena raro en español) un sándwich ahogado, así como se oye. Pastelitos muchos, hasta que hagan daño, de nata, sí los famosos de Belem. Sí son todo lo que prometen ser. 

 

Huele a mar, a río, a agua frente a un monasterio monumental. 

 

Viajar es dormir en camas extrañas y amanecer con soles distintos, si hasta parece que hay más luz. Entrar a un jardín botánico que se construyó para huir de un terremoto, de la devastación que dejó. Un rey asustado después de la sacudida decidió acampar en el jardín de su palacio y ahí se quedó. Toda la ciudad parece partir desde el terremoto, el antes desapareció. 

 

Flores moradas, rosas, blancas, magnolias, magnolias, magnolias. Camelias. Ya huele a primavera. 

 

Todavía no se extraña. 


 

Viajar es querer ver todo, probar todo. Hacer todo. El tiempo sin rutina es finito. Viajar es escuchar, aprender. Son pasos en calles ajenas. Olores perseguidos, quizá soñados. Es vivir en fiesta pausada. Es habitar una ciudad de calles estrechas, tranvías amarillos. Subidas y bajadas. Parques con vistas al infinito, con cantos que invitan a moverse. Ver el mar ¿o es el río? Viajar es reconocer a los que viajaron sin querer, es buscar miradas de complicidad. Espacios universales. Rostros afines. 

 

Es sentir el azul por todos lados. Paredes, calles, que hablan del ayer que se perdió y desde dónde se reconstruyó el presente. Lo que se es hoy. Arte por todas partes. 

 

Es un río que se recorre al atardecer con quien nos acompaña, con un barco de vela a cuestas y el amarillo que alumbra una ciudad bajo un puente. 

 

Es una gran plaza. Navegamos la ciudad y nosotros al unísono. 

 

Viajar son reencuentros de amores arraigados, de aquellos que somos nosotros mismos, de esa semilla que vamos dejando. Somos familia y se nota. 




 

Es cenar a la orilla de un mar que huele a estrellas reflejadas, de brindis esperados. De amanecer más de dos. De abrir los ojos esperando descubrir el nuevo día. 

 

Es ir del mar al bosque, del azul al verde. Del sol a la niebla, del verano al invierno. De un lugar con grandes historias. Tan grandes como los palacios, o los parques que los rodean llenos de camelias en flor. Todo un espectáculo. Como un palacio construido por un rey que nunca gobernó. Enorme, de colores, llamado romántico morisco, pero yo diría un poco delirante. El rey, primero se casó con una reina y después con una cantante de ópera estadounidense. El paso de ambas está sellado en la construcción. 

 

Es ir de arriba abajo, muy abajo. A una torre invertida de nueve pisos (algo que ver con los templarios). Se dice que el que la construyó dio rienda suelta a sus delirios estéticos y sí, que ecléctico es, pero vale la pena. Cuando salí de ahí me pregunté qué tendría el agua de por allá que les daba por los delirios. 

 

Grandes amores huellas eternas.

 

Es dormir, soñar a las puertas de otro río, uno grande iluminado por un circo. 




 

Viajar es escuchar un feliz cumpleaños (que nadie se sabía las mañanitas) en una cava de Oporto a la orilla del Duero, sí con dos copitas y mucha felicidad. Es una puesta del sol en el atlántico coronado de olas enormes. De un vino suave, pero con cuerpo. Un cuerpo con cuerpo. 

 

Es sumar pasos, restar heridas, hay que ver bien dónde se pisa y qué hotel se contrata. De algún que otro contratiempo superado porque no hay tiempo para quejarse. 

 

Es sumar pasos, restar molestias. 

 

Son: escaleras, tranvías, buses, piedras, árboles pelones (que es invierno) flores de colores, sonidos de agua. Barcos, azul y blanco, música; todos cantan, pocos escuchan. Amor ahí, acá. En todos lados. Viejos compartiendo, jóvenes siendo jóvenes, siendo jóvenes. Fiesta, llovizna suave, Monumentos antiquísimos, fuertes, castillos, murallas, fuertes (que había que defenderse). Iglesias (que había que rezar) con órganos centenarios que todavía suenan. Historias en las esquinas. Vidas compartidas en calles milenarias.  

 

Historias de la historia, bibliotecas con olor a viejo, bibliotecas con olor a nuevo, bibliotecas con olor a estudio. 

 

Aquellos que buscan vidas nuevas, que dejaron todo atrás. La periferia donde van naciendo presentes de colores. 

 




Un pueblo vestido de domingo para misa y uno en estas fachas, hombre que se te ve lo de turista. Que aquí empezó todo ¿Qué todo? Pues el país, aquí se fundó debajo de esta cruz. 

 

Hermanos fundidos en un abrazo. Ver que desde arriba, todo es más ordenado y limpio. 

Exposiciones, bares, arte, cañas. Terrazas, sótanos. Un puré verde, unos huevos rotos que nunca encontré. Una peña fuerte ¿cuál peña? Esta… todos. Mucho anonimato. 

 

¿Me extrañas? Mensajes, mensajes. El cumpleaños se atraviesa. 

 

Me gustan. Las flores, los árboles hibernando, las parejas de la mano, los músicos, las familias en su rutina. Ciudades que cada vez saben más a América, África, Asia. Europa está en metamorfosis. El sol, el azul, el arte que descubro en las calles, en los pisos, en las paredes. Relatos junto a fotografías, relatos de vida. Un cuadro que me asombra, la lluvia que no moja. El olor a musgo. El olor a mar. Los dorados de la tarde que se esconde. La compañía constante. El silencio de un pensamiento. Reír suspirar, perderse. Añorar el momento que no ha pasado. Viajar es sentarse a escribir el recuento, sin poner punto final. 

 

Es volver. 

 



Anitzel Díaz

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