Anitzel Díaz Ilustración por María Ibeas Sánchez Tengo ochenta y seis años; siento la muerte cerca, ya es hora. Después de todo es normal que muera un viejo, no es normal que muera un joven de veinte. Desde que pasó fue como si nos quitaran el suelo de los pies; como si nos restregaran la cara en un periódico. Cuenta los muertos, no es sólo el tuyo ¡mira! La mera verdad, no entiendo qué pasó. En la vida no me fue tan mal; hasta ahora me gustó trabajar, siempre duro. Nunca me quejé, porque siempre disfruté mucho mi trabajo. Quién lo iba a decir que después de salir del pueblo iba a lograr trabajar con aviones. En esa época era algo impensable, pero así fue; me pasé toda mi vida arreglándolos. Gracias a eso pude viajar también y ver otras realidades. Me gustaba viajar y conocer; pero siempre me gustaba más regresar a mis olores y sabores, a la mugre de las calles, al caos de la ciudad, al gris y al verde. Para mí México siempre fue un conjunto de canciones, comida picante, co