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Eso no es jabón que se gasta

 






La señorita Finita era amante del esposo de la hermana de mi abuela. Era la única gracia que se le conocía. Nunca salía de su casa, la gente murmuraba pero no mucho, nadie sabía que hacía ni de que vivía. Dicen que era hija de uno de los grandes cuando Batista, y que vivía del dinero que le mandaban de fuera, sus parientes, dicen que se quedo para estar con él. Cuando yo la conocí era una anciana hermosa con los dientes postizos perfectos que mostraba en una linda sonrisa. Recuerdo que usaba unas blusas blancas vaporosas y unos pequeños pendientes así como los tuyos. Todos en el barrio sabíamos que era la amante de Don Rafael Lebrija, pero nadie le hacía muinas, ni la miraba de reojo. Siempre fue la señorita Finita y siempre se le quiso mucho.

La Tía Quiqui, esposa legítima de Don Rafael, era una mujerona gorda de cachetes llenos, siempre con un tabaco en la boca. Malhablada y pendenciera, siempre supo de la existencia de Finita, pero decía que ella no se iba a marchitar en eso, que mejor era que se le marchitara el miembro a Don Rafael por exceso de uso. En ese entonces no sabía o no entendía qué decía la tía, ahora lo sé. La Tía Quiqui hacía melcocha y pirulís, también torcía tabaco. Yo todos los días iba por mi melcocha, siempre me preguntaba lo mismo - y qué ¿viste hoy a Don Rafael?- Si tía, pasó a la misma hora con su garrafa de agua para Finita-, nomás resoplaba la tía, ten tu melcocha y regresa mañana, también mandaba tabaco para mi abuela.

Don Rafael Lebrija hizo el mismo recorrido de diez cuadras por veinte años. Le llevaba agua fresca del filtro de su casa a Finita. Es de barro decía… el filtro, pobrecita le llevo su agua. Se ponía su sombrero, un poco de loción, no mucha para que Quiqui no sospechara y se iba. Pasaba en frente de casa de mi abuela, todos salíamos a saludar. Se quedaba los cinco minutos de rigor, y luego se iba que porque el agua se calentaba. Llegaba a casa de Finita, ya ella lo estaba esperando, se quitaba el sombrero miraba en derredor y entraban los dos tomados de la mano. La tía Quiqui me hacía tomar el tiempo que pasaba Don Rafael ahí, nunca más de veinte minutos, nunca en veinte años. Regresaba rojo como un tomate y ya sin aire.

Un día escuché a mi abuela preguntarle a la Tía por qué no dejaba al sinvergüenza de Don Rafael, y la tía Quiqui le respondió, ay Mima, es que ese hombre mira que sabe hacer lo suyo, ¿cómo que lo suyo Quiqui?, mira que tienes cada cosa mujer. Sí Estela, ese hombre cuando te agarra bueno mira que es bueno en la cama, y como decía mi mamá eso no es jabón que se gaste y pues a mi me gusta que me de lo mío. Es que Quiqui hay otros, te pueden dar lo mismo Mima mira que aguantar nada mas por eso. Estela lo he intentado, te acuerdas de ¿Chicho, el vecino de mi madre? Pues lo intentamos y Luis, bueno mira ni te cuento. Rafael tiene una manera de tocar de sobar, de beberte no sé, no logro desprenderme de eso, no se lo voy a regalar a la Fina, sé que por eso no lo deja. Lo único que quiero Estela es morirme antes que él. Lo quiero ver solo.

Un día Finita no salió más a recibirlo, se murió dicen que solita en su casa, con un vaso del agua fresca del filtro de casa de la Tía Quiqui, ese día el agua no estaba tan fresca. La Tía Quiqui murió poco después, sus últimas palabras fueron para Don Rafael, ahora va aprender usted a vivir solo cómo se lo merece.

Anitzel Díaz


Publicado en antología de Kala editorial

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