Por Anitzel Díaz
¿Qué piensas del arte contemporáneo?
El término arte contemporáneo está muy vinculado a lo que se hace actualmente, pero se denomina arte contemporáneo al arte después de la posguerra, después de 1945 y han pasado muchas cosas desde entonces.
No se puede hablar del arte en sentido general. Actualmente hay de todo. Hay que hablar de artistas, del rollo que tiene una persona en particular. Todo gira en torno al qué y al cómo. Qué dicen y cómo lo dice. Y sobre esas variables hay que revisar el trabajo de un artista. La ecuación varía y así se definen los artistas. Hay quien tiene mucho que decir y una maestría para decirlo. Ahí está la emoción. Cuando vemos una pieza y sentimos que hay algo más grande que uno, una suerte de Dios detrás de las cosas. Hay quien tiene mucho que decir, un gran pensador y no importa mucho como lo diga, el valor está en el qué. Y hay quien tiene poco que decir, pero técnicamente muy bueno y también tiene un público. Por eso hay que acercarse mucho al artista y leer muy bien el qué.
¿Crees que el arte necesita explicación?
Estamos hablando de artes visuales. La primera lectura debe ser visual y luego semántica. Necesitas emocionar desde lo visual y luego complementas con lo literario.
Muchas veces sin la parte literaria la pieza visual se queda coja. Lo malo es leer lo que sustenta la pieza y tampoco te emocionas. Es bueno escuchar al artista. No al que te dice lo que quiso decir. Siempre vi el trabajo de Richard Tuttle con recelo hasta que lo vi en una plática con Arne Glimcher, el fundador de Pace Wildenstein, y es un artista muy sensible, humilde y grande. Me emocionó.
¿Qué opinas de las ferias de arte?
Una orgía visual (risas). Buen esfuerzo por acercar la periferia al centro del mundo del arte y viceversa.
Actualmente hay más galerías y museos que nunca en la historia, y hay que llenarlos. El artista hoy es un gestor de emociones. Hoy no hay que ir a la escuela de arte para insertarse en la industria del arte. Algunos artistas hacen, o encargan, esa producción corporativa, piezas grandes y aparatosas. Otros responden más a colecciones privadas. Depende mucho de la personalidad de cada uno. Actualmente el arte es un río revuelto, chocolatozo, no se puede ver el fondo. Hay una obsesión por lo nuevo y un sonido hueco. Piezas sin el qué ni el cómo. El arte actualmente parece un pollo sin cabeza corriendo. Por eso hay que ir a estas ferias con los ojos limpios, para distinguir a los buenos artistas. A los que nos emocionan de verdad.
¿Para ti qué es el arte?
El arte es la oquedad donde nos asomamos anhelando sorpresa, emoción. Hacer arte es hacer tu propia fe, y es difícil hacer algo y creer en ello ciegamente. Un buen artista tiene que ser terco y tener una parte invertida en cosas no resueltas, en inseguridad.
Con una variedad tan grande de soportes nuevos, ¿crees en la vigencia de la pintura como medio?
La pintura debe encontrar su lenguaje. Yo lo prefiero lejos de la fotografía. Un lenguaje que, sin renunciar al mimetismo, aspira a una poética propia, inherente al material, a la técnica.
El arte que me interesa es el que tiene respeto por el objeto. Escribo para tratar de entender lo que hago. Para tener la verdad hay que mirar mucho. Yo transité de la abstracción (influenciada por la escuela de NY y el informalismo español) a la figuración, en busca de un camino más humano. Ya tenía una modo de hacer y me sentí limitado. Un trayecto similar al de Avigdor Arikha, Alfred Leslie o Philip Guston.
La pintura no se acabará. Es muy divertido pintar. Los niños disfrutan pintando y dibujando. Siempre hay adultos más pendientes de sus sentimientos que de las tendencias. La pintura es un género muy noble para contar algo. Me gustan los dos mundos: el gesto y la precisión, le control y el dejarse llevar.
¿Cuáles han sido tus referencias?
Los personajes de la historia del arte me acompañan, son parte de mi marco afectivo. Cuando estoy haciendo un dibujo de un clásico, Felipe IV, la dama del armiño, el hijo de Rubens, la madre de Durero, el viejo cabrón de Inocencio, me gusta tenerlo por la noche en la mesa, con poca luz. Es como si me hablaran, me acompañan. Luego los guardo y los saco de vez en cuando, como una reunión.
En el dibujo hallo piso firme. Voy rascando como el toro en la arena. A veces los repito hasta que va quedando. No trato de encajarlo en el papel. Va apareciendo. Gozo con la revisión artesanal del pasado. Se siente bien. Es como encontrar confort en un olor de la niñez. El dibujo es lo más inmediato, limpio, sincero. Copiar a los maestros del pasado es un ejercicio de modestia, de respeto y de voluntad de aprender. Me he dado cuenta que lo que más disfruto es estudiar. Hasta pensé en hacerme un personaje: El estudiante.
En mis trabajos hay referencias a la historia del arte y a la literatura como atributos de la identidad. Me interesan los temas clásicos del arte. No pretendo hacerlos distintos, ni hacer una nueva visión de los maestros. Los disfruto como alguien que toca un standard de jazz.
He pintado a Cristo para tratar de entenderlo, para encontrar puerto para el alma. Yo tuve una educación atea y estoy seguro que la vida es más fácil de explicar a través de Dios. En mi trabajo hablo conmigo, trato de ver para adentro. Al final salen los mismos temas, inconscientemente.
El mercado del arte se maneja por íconos, casi todos con un estilo muy definido ¿el estilo es un cuestionamiento para los artistas?
Hay muchas maneras de hacer arte. El artista siempre se está reinventando. La acumulación de conocimiento es la base de la evolución del pensamiento. Yo siempre estoy inconforme con lo que hago. Siempre quiero aprender otra manera de hacer. En el momento que piensas que tienes una receta se acabó. Si te insertas en el mercado del arte con un estilo te limitas. El estilo es una ansiedad de algunos dealers, un prejuicio castrante.
Algo más que quieras agregar...
Cuando termino un trabajo y me siento feliz por lo que hice es algo especial. De eso se trata. Vuelvo a verlo y le hago unos retoques. Ya es mío. Cuando me da miedo estropearlo ya acabé.
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