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¿Todavía existo si no me ves?

¿Todavía existo si no me ves? 

 Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas… FW 

On Being an angel



1 Una mujer desnuda sentada en una silla. Sola, hermosa, triste. La pared y la puerta blancas. Un tapete, los pies escondidos. La mirada lejos. Las sombras descubiertas. Francesca Woodman sentada en su desasosiego. Su modelo preferida: ella. El papel donde quedó su alma: su espejo. La intensidad que es imposible ver sin que quemen los pliegues de la mirada. Francesca Woodman fue una fotógrafa norteamericana nacida en Denver, Colorado, el 3 de abril de 1958. Alcanzó la fama póstuma con sus fotografías en blanco y negro donde la principal modelo era ella. Pasó gran parte de su infancia entre Estados Unidos e Italia. En la campiña florentina vivió en una granja con sus padres; dos artistas reconocidos: Betty Woodman, ceramista y escultora, y George Woodman, pintor y fotógrafo. El encanto de la vieja casa donde vivió en Italia tuvo gran influencia en las ambientaciones que escogía para tomar sus fotografías; techos altos, paredes descascaradas, muebles viejos. Desconocida en vida, Francesca comenzó a ser descubierta en 1986, cinco años después de su muerte, gracias a la primera exposición de su obra, en el Wellesley College, de Massachusetts. 

2. A los 13 años, Francesca comenzó a hacer fotografías de una intimidad tan fuera de lo común que al mirarlas sabemos todo de ella, ¿o nada? Potentísima y terrible, duele, hiere, confronta. Como muchos artistas que descubren el arte a temprana edad, cayó bajo la influencia del surrealismo, siendo la unión gótica de sexo y muerte un tema constante en su trabajo. Francesca Woodman era brillante y provocativa. Se anticipó al retrato conceptual de Cindy Sherman, siendo la estrella de sus propias imágenes, y a los anuncios (semi sexuales) en blanco y negro de ropa y otros productos de consumo. 


Tenía 22 años cuando saltó al vacío desde su casa del Lower East en Manhattan, abandonando una vida corta, intensa y prolífica (más de 800 fotografías). Francesa Woodman vivió convencida de su destino. Encontró desde pequeña en el arte un refugio. Su vida fue una de esas vidas de artistas hechas a medida de las leyendas. En sus diarios se descubre su fragilidad, su relación con las drogas y los desamores, pero sobre todo una ambición desmedida. Francesca era hermosa, vivaz y atractiva. Era también sumamente demandante: de sus amigos, de sus amantes y de ella misma. Ansiaba la fama —necesitaba y esperaba el reconocimiento público— que sólo vino después de su muerte, la inherente paradoja de su vida. 

Su madre, en el documental The Woodmans, del director C. Scott Willis, describe a Francesca como: ambiciosa, talentosa, enfocada y tenaz; con condición de estrella de rock. Provocativa por naturaleza y no por elección; una persona frágil que hizo fotografías hermosas. Apartada del resto, siempre enfocada en crear. En el documental se muestra que para la familia Woodman el arte es un ejercicio obsesivo: “no viviría con alguien que no le dé al arte la importancia que yo le doy”, menciona Betty Woodman. Cada día, todos los miembros de la familia se encerraban en el estudio a crear como quien va cada mañana a trabajar. De esa intensa relación con la inspiración nace Francesca Woodman. 

Muchas de sus fotografías eran experimentos; intentos para mejorar la técnica y la composición. Son versiones de estudios académicos que realizó durante los años que estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Sin embargo estas imágenes tuvieron resultados increíbles, aun observando la recurrencia de ciertas acciones y motivos que demuestran el rigor que aplicaba a su práctica —junto con claras influencias de la escultura clásica o el surrealismo. Woodman utiliza la cámara como un medio para crear escenas temporales, transformando los objetos, la superficie y el movimiento. 

Kathryn Hixon escribió en su ensayo Magia esencial (Zurich, 1992): “Las fotografías de Woodman no son deconstructivas, sino constructivas. Añade capas de reflexión y mímica dentro de la imagen para confundir el transparente registro de lo real”. Sus fotografías son de pequeño formato, rigurosamente en blanco y negro, y a veces borrosas. Se disuelven dentro del fondo escenográfico, a menudo bucólico y decadente. Juega a fusionarse en una cotidianeidad que no coincide nunca con el lugar que ocupa. En la obra de Francesca se percibe una ambigüedad: hurgaba en su mundo interno y se enfrentaba a la curiosidad que sentía por esa realidad siempre fragmentada. Hay una carga psicológica, turbia, dentro de su trabajo. Conviviendo siempre una frágil personalidad y un ego obsesivo. Niña poeta y ninfa.




Publicado en suplemento Laberinto, Milenio
@anitzel

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