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Fake system; true clothes


Ayer conocí a Lamine Sarr, lo conocí a través de una pantalla y me conmovió su historia. Él en Senegal, yo en México.





La verdad es que el ambulantaje es tan cotidiano en América Latina que no causa disrupción en la vida cotidiana. En la Ciudad de México los vendedores callejeros aparecen más bien como el resurgimiento de un fenómeno mucho más antiguo, pues las calles y las plazas de la ciudad han sido el principal lugar de venta desde la época prehispánica; el tianguis de la plaza de Tlatelolco es el ejemplo más claro.



Tlatelolco, en lengua náhuatl “el mogote de arena”, fue una ciudad primordialmente comercial, donde se levantó un Señorío de disidentes de Tenochtitlán, formadores de una entidad política autónoma desde el año 1337 hasta 1473, que quedó parcialmente dominada a la autoridad de Tenochtitlán.

Aunque completamente legal no es. Más bien tolerado. Recuerdo un día en las calles del centro de la ciudad como en menos de un minuto y al son de un silbido se levantó todo un mercado. Comienza en una esquina y todos recogen sus mantas y desaparecen. Cuando la policía llegó estábamos los clientes parados pasmados ante la desaparición tan repentina de más de un centenar de vendedores callejeros. De los más de 2 millones de vendedores ambulantes que hay en la ciudad solo están autorizados para operar en las calles (109 mil legalizados) que pagan unos 2 mil pesos al mes a la delegación o la policía capitalina.

“Los comerciantes son estructuras familiares añejas, generaciones que, por razones de vulnerabilidad económica y desempleo, recurren a la informalidad. Hay gente mayor, jóvenes” Alejandra Silva, académica de la UAM.



Así, tianguis tolerados y no tapizan la urbe. Hoy que recorro el que se pone a dos cuadras de mi casa me encuentro con la marchanta (así se les llama tanto a vendedores como clientes) de Oaxaca que cada martes me vende queso, tlayudas y mole. Viene de la sierra, del bosque de las nubes me dice. Solo pasa en su pueblo natal las vacaciones de Semana Santa, son muy importantes, me dice. A mi niña la cuida la vieja (la abuela). Un día ella va a atender este puesto.

No me dice su nombre, pa´qué… pero sí me dice la espero el martes y sigue atendiendo a otra persona. Me la imagino en su pueblo, con cabras y un burro, así como a Lamine Sarr a quien conocí ayer durante una entrevista virtual.

La entrevista fue así.
Primero no se oía bien, luego se oían cabras y burros atrás, de repente algún niño.
La historia es conmovedora uno trata de escuchar mejor a la distancia. Poner atención.
En algún momento se va La Luz. Pide disculpas, entra algún otro miembro de la familia a componer la Luz.
La entrevista; de las mejore que he escuchado.

Desde su pueblo en Senegal, Lamine Sarr, nos cuenta cómo fue el viaje desde su país hasta Barcelona, los peligros de la travesía por mar, la llegada y la dura realidad con la que se topan. El calabozo, como lo llamó Lamine, la incertidumbre diaria. El dolor del exilio y la solidaridad que encuentran entre ellos mismos. A diferencia de América Latina, en Europa, el comercio ambulante se ha convertido en el sustento de miles de inmigrantes africanos.

Hay muchos que no llegan, dice Sarr. Se quedan en el camino. Los ciudadanos nos tienen miedo, nos miran mal. Hay racismo y xenofobia, “creen que venimos a hacer daño”. Lo cierto es que casi todos venimos huyendo, no solo del hambre sino de la guerra y conflictos.




Sus amigos lo describen como tranquilo, calmado y apoyando a sus compañeros. Lo primero que me viene a la mente de Lamine es una imagen de él cargando a un compañero a su espalda a la salida del hospital, para llevarle a casa. Una persona integra, mediadora, un pensador y una inspiración para muchos compañeros, hermanos en la lucha por sobrevivir.

“En la calle no saben que los inmigrantes somos de todas las profesiones, no ignorantes. La gente no se acerca a ver tienen miedo por lo que ven en los medios. Creen que somos violentos. Por eso nos hemos organizado, un emprendimiento que surge de todo lo anterior un sindicato de personas sin papeles”.


Así surge el Sindicato popular de vendedores ambulantes en Barcelona que no solo organiza y ayuda a los inmigrantes que se desempeñan como ambulantes, sino que incluso ha creado su propia marca “Top Manta” de ropa y zapatos.

Durante nueve meses con el apoyo de PlayGround Do, desarrollaron la marca. Diseños, que narran el viaje desde Senegal y la lucha por los derechos. Ropa legal hecha por gente ilegal.


“Top Manta es un ejemplo claro de dignidad y respeto a los derechos humanos. Todos los seres humanos somos iguales y nos necesitamos unos a otros.

Hoy utilizando el modo que ya teníamos, montamos un taller para hacer mascarillas. Han sido todo un éxito. Hacemos batas y mascarillas, además hemos fundado un banco de alimento. Hay muchos manteros (ambulantes) que viven un momento muy duro.

Entender el secreto de lo que es la solidaridad. Apoyarnos entre nosotros. Nuestros sueños están cosidos a cada una de nuestras prendas”. Lamine Sarr

https://manteros.org/
https://www.topmanta.store/

https://apapachogallery.net/Cronica-de-un-Master-anunciado







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