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En 1656, ¿por qué era tan importante poner un jarro de barro en una obra como Las meninas? Simbólicamente, por la unión de culturas. Claro; el barro, el cacao que contiene. El gesto que ofrece. Visualmente, la única acción que se está desarrollando en la imagen es justo ésta: la entrega, sobre bandeja, del pequeño búcaro de barro a la infanta, que alarga su mano para recogerlo.
Del cuadro se ha escrito hasta el cansancio, incluso del jarrito, el búcaro de barro rojo. Pero me gusta pensar que era de Tlaquepaque; imagino el camino recorrido por el pequeño búcaro hasta las manos de la infanta. Jarrito inmortal en la obra de Velázquez.
Hay muchas versiones, por supuesto, por ejemplo, la que habla de una de las costumbres más curiosas entre las damas del Siglo de Oro español: la bucarofagia, un extraño sistema para adquirir el tan buscado color blanco pálido de la piel, que consistía en masticar y comer los recipientes de barro, lo cual producía una forma de clorosis o anemia que se denominaba “opilación” (obstrucción) y que bloqueaba, entre otros, los conductos biliares. Como escribiría Lope de Vega al respecto: “Niña de color quebrado,/ o tienes amores/ o comes barro.”
También hay quien mantiene que comer barro producía efectos narcóticos y alucinógenos. Hay historiadores del arte que afirman que el búcaro muestra una pequeña mordida. El pincel de Velázquez sí que tiene el color del jarro. De cualquier forma, es difícil imaginar a la infanta comiendo barro, aunque fuera de Guadalajara.
Otra versión es que la menina (niñas de familias nobles que entraban en palacio a servir a la reina o a los príncipes) está ofreciendo un jarrito a la infanta donde se servía chocolate, que en el siglo XVII se convirtió en la bebida de moda de la alta sociedad europea. Madrid llegó a consumir más de cinco toneladas de chocolate al año.
La última hipótesis es que el retrato de la infanta Margarita era un documento para enviar a su futuro esposo. Si el jarrito es realmente de Tlaquepaque puede verse como un apunte sutil que muestra el alcance del reinado de Felipe IV.
Según el historiador del arte Byron Ellsworth Hamann, el brillo y color del búcaro lo señalan como un producto de Guadalajara; mejor dicho, de Tlaquepaque, ¿o será Tonalá?
Puede ser de barro canelo (o de olor), que sólo se obtiene en la zona tonalteca de Jalisco. En una de las casonas de San Pedro Tlaquepaque se sienta en el piso una artesana jalisciense. Después de tamizar la tierra y humedecerla hace una tortilla de barro húmedo, desde donde moldea la forma redonda del jarro. Para la boca elabora un pequeño churro de barro que se aplana y esculpe hasta formarla. Otro churro, aplanado, para el asa, se pule, se bruñe, se engoba. Se cuece en un horno de leña. Viaja por mar y tierra. Por fin llega al espacio donde uno de los pintores que más fama adquirirían durante el reinado de Felipe IV en España lo pinta en su cuadro más emblemático. En Tlaquepaque había tanto barro que su nombre viene de Tlalic-Pac, que significa “sobre lomas de barro”. Hoy, el barro canelo es parte de la cultura tonalteca y sigue siendo parte de la identidad del mexicano.
Del jarrito en Las meninas todo es suposición o ilusión; lo que queda claro es que el cuadro es una alegoría; una defensa de la pintura. Propugna que el arte es una representación de la realidad. Es objetivo; espejo y ventana. Puerta a un mundo paralelo.
Anitzel Díaz
Publicado en La Jornada Semanal
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